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El Limbo Frente al Mar

Fotografía por Mariano A. Moreno
Fotografía por Mariano A. Moreno

Cuenta la leyenda que hace muchos años, en una de sus tantas visitas a Coatzacoalcos, el gobernador Fidel Herrera notó algo que le transmitió una incomodidad en sus ojos negros. Aquel negrito en el arroz era un edificio abandonado, una anomalía en el paisaje que contrastaba con la prosperidad y progreso que se auguraba para la ciudad petrolera. Se dice que el gobernador hizo una llamada. En su característico tono abundante de chingaos alegó que esa aberración debía corregirse. ¿Cómo era posible que ese esperpento ensuciara la cara de una ciudad encaminada a la grandeza?


Al día siguiente, el edificio fue acordonado. Protección Civil dictaminó que su estructura descuidada y endeble representaba un riesgo para la seguridad de la gente y, por lo tanto, el edificio tuvo que ser demolido. 


Convertido el problema en un cúmulo de piedras, aparecieron por doquier supuestos dueños que reclamaron indemnizaciones por daños y perjuicios a su propiedad. Ninguna de las demandas al gobierno municipal prosperó. La ciudadanía no pareció molestarse por el retiro de un edificio enfermo de abandono. No fuera que su permanencia infectara a los demás. 


Esto ocurrió hace veinte años. Desde entonces, el malecón de Coatzacoalcos ha cambiado. Si Quetzalcóatl cumpliera su promesa de volver a la misma costa por la que partió al exilio encima de una balsa de serpientes, preguntaría, atónito, qué fue lo que  ahí ocurrió en su ausencia. 


Entristece creer que nos hemos acostumbrado al paisaje urbano de Coatzacoalcos, principalmente al del malecón costero, nuestra avenida más importante, cuyos edificios abandonados se pudren por la corrosión, el salitre, el abandono y el paso del tiempo, sin que sus propietarios asuman la responsabilidad de mantenerlos en buen estado. Los edificios abandonados son los remanentes de una promesa rota, el recordatorio de lo que iba a ser y no fue. Pareciera que una celebridad foránea tiene que exhibir el deterioro de la hilera de edificios en el malecón, tal como lo hizo el payaso Platanito hace unos días cuando estuvo de visita, para recordarnos que Coatzacoalcos alguna vez fue conocido por algo más que su mosaico de estructuras vacías, manchadas de humedad y grafitis, y que la tristeza de ese escenario es algo a lo cual no hay que acostumbrarse. 


El abandono no discrimina y lo padecen centros comerciales, hoteles, restaurantes, juegos infantiles, hospitales, discotecas y terrenos a los que se auguraba mejor vida, ahora invadidos por hierba y alimañas. Hasta la casa en donde vivió Salma Hayek está abandonada. Difícil que la ciudad se sacuda los epítetos de pueblo fantasma, Gazacoalcos, el Detroit del sureste, cuando muchos de sus edificios forman un panorama más cercano a Prípiat que a Veracruz. 


Un ejemplo es el Mayabá Luxury Beach Tower, cuyo nombre nada nos dice porque la mejor forma de identificarlo es como el monolito gigante y abandonado, visible desde casi cualquier parte de la ciudad. El edificio más alto de Coatzacoalcos es un elefante blanco; torres gemelas que habitan en el mismo purgatorio de tantos otros edificios, y que como almas en pena no pueden liberarse del tiempo detenido. El monolito gigante no puede terminar de construirse por falta de dinero y no puede demolerse por la misma razón. Incluso saldría más caro destruirlo que concluir su construcción. El tiempo pasa y, mientras tanto, el elefante blanco ahí sigue, sin nacer y sin morir, como una piedra condenada a la eternidad. 


Muchos propietarios no quieren hacerse cargo del mantenimiento de sus cascarones. Esperan la llegada de tiempos mejores para, ahora sí, barrer el escombro acumulado de sus terrenos. ¿El problema de los edificios abandonados solo puede arreglarse cuando vuelva la prosperidad económica? ¿La mejora de la economía es condición sine qua non para que los dueños arreglen sus edificios? Tal vez suene absurdo, pero ¿no es mejor que primero se transforme el paisaje, que se limpie de abandono, y que esa carta de presentación atraiga la bonanza anhelada desde hace tanto tiempo? 


En su novela Estas ruinas que ves, Jorge Ibargüengoitia narra que aunque la ficticia ciudad de Cuévano ha visto mejores días y sus obras más emblemáticas se encuentran en el abandono, para sus habitantes aún es un sitio excepcional, al que consideran “la Atenas de por aquí”:


“—Esto que ve usted aquí —le dicen al visitante—no es más que un rastrojo de lo que fue. 

—Pero cómo rastrojo, si esta ciudad es una joya?”


Si acaso es verdad que la guerra terminó, es momento de borrar los vestigios que esa guerra dejó. No podemos permitir que cuando Quetzalcóatl vuelva en el fin de los tiempos, la serpiente emplumada se confunda pensando que arribó en el lugar equivocado, en el limbo de las ruinas frente al mar. 



 
 
 

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AnahiRB
18 ago
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